Amigos que leen esta página: Mi hija mayor, con motivo de un nuevo
cumpleaños de Jesús, me envió esta meditación que comparto con ustedes. Espero
sea de su agrado.
EL ASNO Y EL BUEY EN EL PESEBRE
El Asno y el buey no están en
los belenes por casualidad. No son una figura más, de tipo popular como el
famoso caganer catalán o exótico como los camellos de los Reyes Magos. Son
imágenes proféticas, una Palabra de Dios para ti, que ves ese nacimiento
sin enterarte de lo que estás viendo. Son un toque de atención del Señor,
cuando sólo te fijas en el río de aluminio o en la bombillita del fuego de los
pastores, que “parece de verdad”.
Como señaló Benedicto XVI en su libro “La infancia de
Jesús“, el asno y el buey no aparecen en ninguno de los cuatro
evangelios. ¿Por qué entonces están en nuestros belenes? Muy sencillo. Porque
esos belenes no son una simple costumbre inofensiva y simpática, son lo más osado que existe en este mundo: un acto de fe.
A los ojos de la fe, el asno
y el buey revelan el cumplimiento de las
profecías en Cristo, porque son una alusión a una frase
del profeta Isaías:
“El buey conoce a su señor
y el asno, el pesebre de su dueño;
¡pero Israel no conoce,
mi pueblo no entiende!”
Is 1,3
y el asno, el pesebre de su dueño;
¡pero Israel no conoce,
mi pueblo no entiende!”
Is 1,3
En Cristo, se ha cumplido el plan de Dios para
el ser humano. Los milagros, patriarcas, profetas, jueces, sabios y reyes del
Antiguo Testamento miraban hacia él. Los dos animales, sin saber hablar,
explican, humildemente, por qué este año es el 2017 después
de Cristo y no el año 2770 ab urbe condita, desde la fundación de
Roma. La historia del hombre no es una línea infinita, con un
principio oscuro y sin fin, sino que tiene su eje en el nacimiento de
Jesucristo. Desde entonces, ya nada será nunca igual.
Nuestra esperanza no está puesta en el progreso, en la
ciencia, en los poderosos de este mundo, en el dinero, en la ecología ni en la
buena voluntad de los hombres, sino en el amor gratuito de Dios hecho carne.
Estos dos animales, pues, ponen tu mundo cabeza abajo. Tú crees que eres el centro del universo. Lo demuestras cada
día viviendo para ti mismo, poniendo a todos y a todo a tu servicio, buscando
que todos te sirvan, que te consideren, que te den gloria. Pero el asno y el
buey, tozudos como todos los asnos y todos los bueyes, te dicen que el centro
del mundo no eres tú, sino ese Niño que está entre ellos. No importa cuántas
veces vuelvas a intentar ser el centro de tu mundo: ellos siempre estarán allí
recordándote que estás equivocado. “Te manifestarás en medio de dos animales”,
anunció el profeta Habacuc (Hab 3,2), y así se cumple hoy en ti: el sentido de
la vida se te manifiesta entre dos animales, el Señor de tu historia entre un
asno y un buey.
Que no te engañe el aspecto apacible del belén de tu casa o de
tu parroquia. La palabra profética hecha figurilla de barro en el asno
y el buey es terrible. Porque es terrible el contraste que señala Isaías entre
el pueblo de Dios, que no reconoce su venida, y el asno y el buey, que, a pesar
de ser solamente animales, conocen a su señor y reconocen el pesebre de su
dueño. Como toda palabra profética, se refiere a ti y a tu vida.
Tú eres
parte del nuevo pueblo de Dios: ¿Reconoces su venida? ¿Estos días navideños
están centrados para ti en Jesucristo o vuelan por las preocupaciones de
regalos, cenas y fiestas? Si vives esta Navidad como la vive un pagano,
hasta el burro y el buey se levantarán contra ti para acusarte, porque ellos
reconocen el pesebre de su Señor y tú eres incapaz de hacerlo.
Los dos animales son también, como te diría San Francisco de
Asís, una palabra de pobreza para ti. ¿Cuál es su misión en el
nacimiento de Cristo? Calentar un
poco aquel pesebre con su aliento y el calor de su cuerpo. Algo que está al
alcance de hasta el más pobre de los pobres. ¿Qué te pide a ti Cristo hoy?
¿Grandes cosas? Eres incapaz de hacer grandes cosas. ¿Riquezas que cambien el
mundo? Apenas llegas a fin de mes. ¿Sabiduría y erudición? A menudo, de tu boca
salen más bien rebuznos o mugidos.
Entonces, ¿qué quiere Dios de ti?
Lo que quiere, en primer lugar y ante todo, es que te dejes
querer por ese Niño y aprendas así a amarle a Él. Alégrate de formar parte de
su familia, que es la Iglesia. Dios no quiere quitarte nada, te quiere a ti.
Disfruta, pues, de “la generosidad de Jesucristo, que siendo rico se hizo
pobre, para enriquecernos con su riqueza” (2Co 8,9). Ya habrá tiempo, si Dios
quiere, para que hagas grandes cosas.
Finalmente, como en una meditación ignaciana, el burro y el buey
te muestran el camino de la contemplación. Desde que se puso el
belén, los dos animales no hacen otra cosa que mirar al Niño, junto con María y
José. Para eso es el nacimiento: para que mires al Niño, para que pases tiempo
y tiempo contemplando a Dios hecho carne por ti, para que le digas mil palabras
de cariño, para que estés ahí, junto a él.
Leí una vez que San Josemaría compró una imagen de
Niño Jesús de tamaño natural, para que, en Navidad, sus sacerdotes se la fueran
pasando y tuvieran al niño en brazos durante unos momentos, contemplándolo,
diciéndole cosas y simplemente queriéndolo. El burro y el buey no tienen nada
mejor que hacer estos días. Y tú tampoco...
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